INTRODUCCIÓN

Imaginémonos por un instante tumbados en una tranquila playa de una despejada noche de verano, ¿quién no se ha emocionado alguna vez, al contemplar serenamente el espectáculo del firmamento?, ¿quién no se ha visto humildemente sobrecogido ante la inmensidad del cosmos? Sin embargo, no percibe el firmamento de igual manera una persona con profundos conocimientos científicos, que una persona que no haya recibido instrucción alguna. No lo ve de la misma forma, un chamán en tiempos de los aztecas que un astrofísico actual. Ni un capitán instruido en las artes de navegación percibe lo mismo que un piadoso misionero cristiano. Podríamos decir, sin riesgo a equivocarnos, que todos contemplan el mismo cielo pero ninguno lo percibe igual. Esa diferencia en la percepción la marca las “gafas” del conocimiento humano. Podríamos establecer una burda semejanza con las modernas películas 3D. Si las miramos sin las gafas adecuadas veremos una película plana en dos dimensiones, pero al mirar la pantalla con las gafas 3D, la película se expande en una nueva dimensión que antes no apreciábamos. De repente adquirimos más información de la misma proyección.

Pues bien, ¿cuáles son las gafas de realidad incrementada que nos permiten ver una "dimensión extra" que no percibían en tiempos de los griegos, de los romanos, o en la oscura edad media?: el conocimiento científicamente contrastado. Sí, efectivamente, saber que las estrellas que tintinean en la oscuridad de la noche no son más que soles semejantes al nuestro, que alrededor de esos soles hay sistemas planetarios, que dichos planetas pueden ser de todo tipo y tamaño, unos gaseosos, otros terráqueos, algunos incluso puede que alberguen vida, tal y como la conocemos en la Tierra. Saber que las estrellas se agrupan en cúmulos y estos en galaxias que a su vez se organizan en cúmulos de galaxias. Y aún más, saber que existe un espacio tiempo, regido por leyes relativistas, que se deforma por la gravedad. Conocer que los responsables del brillo de las estrellas son los procesos de fusión del núcleo de hidrógeno, y que, transcurridos varios miles de millones de años, pueden terminar como supernovas o incluso como agujeros negros. En definitiva cuando miramos al cielo nocturno nos sobrecogemos por su belleza, tal y como lo han hecho nuestros ancestros en innumerables ocasiones, pero nosotros percibimos un extra, una realidad aumentada repleta de conocimientos.

El ser humano ha tenido desde sus orígenes la virtud de hacerse preguntas y la imperiosa necesidad de contestarlas. Como consecuencia de ello es el único animal sobre la faz de la Tierra capaz de crear cultura. Las creaciones culturales han enriquecido nuestras vidas hasta tal punto que hemos llegado a sumergirnos en un universo virtual en el que las palabras pueden llegar a ser para nosotros tan reales, o más reales aún, que la propia percepción de las cosas. Eso ha promovido a lo largo de los siglos la creación de una gran multitud de productos culturales, aunque no todos ellos hayan resultado ser igualmente beneficiosos para la humanidad. Así, la ciencia, es el mayor logro cultural hasta el momento, las credenciales de su valía son innumerables, por el contrario, los mitos, las creencias, las ideas infundadas o intrínsecamente absurdas, que quizá tuvieran algún tipo de valor en el pasado, pueden llegar a hacer un gran daño a la sociedad. En el ensayo que verán a continuación, se pretende dar una visión integral del conocimiento humano, eliminando las respuestas mágicas a muchas de las cuestiones que ha planteado la humanidad a lo largo del tiempo. Pero el dar una cosmovisión total y rigurosa del conocimiento acumulado durante generaciones sería una tarea a todas luces titánica. Lo que se pretende realmente es algo mucho más modesto, reducir a mínimos, sintetizar y marcar aquellos hitos transcendentales del conocimiento humano que la ciencia ha conseguido desentrañar. Aquellos conocimientos que, a día de hoy, pueden producir un significativo incremento de nuestra consciencia. Comprobaremos, por sorprendente que resulte, la estrecha relación existente entre los conocimientos adquiridos por la humanidad en campos tan dispares como la física, las matemáticas, la filosofía o la religión. Del mismo modo que para observar la imagen global codificada en un puzle es necesario colocar cada pieza en su justo lugar, los conocimientos humanos solo admiten un modo concreto de interrelación que nos permita tener una cosmovisión total e inclusiva. Al  lograr encajar cada campo de conocimiento en el lugar que le corresponde, comprobaremos que emerge un solo cuerpo de conocimientos con dos vías de acceso.

En este sentido, la información recopilada en la Biblia puede entenderse como uno de los primeros esfuerzos imaginativos de nuestros ancestros por explicar los orígenes. Cómo se originó el mundo, cómo surgió el cielo y la tierra, cuál fue el origen del hombre, por qué sufrimos, qué nos depara la muerte. Preguntas insidiosas que han aquejado a la humanidad desde el origen de los tiempos. Y quién podía ser mejor para facilitarnos esa codiciada información que el sumo creador de todo lo que percibimos: Dios. Digamos que durante muchos siglos la información vital que explicaba las grandes cuestiones de la vida provenía del gran Arquitecto, del Padre, que dio origen a todo lo que existe. Sin lugar a dudas, las grandes verdades venían de Dios, ¡o de los dioses!, según la cultura en la que se estudie. Y la gran sabiduría de Dios fue rebelada a los hombres, en concreto a algunos hombres, los elegidos. Y dicha verdad fue plasmada en la Biblia, que era el libro por excelencia de los Judíos. Aunque lo cierto es que la Biblia fue una gran recopilación de textos a modo de enciclopedia del momento, que englobaba a libros anteriores como la Torah, también conocido como Pentateuco por los Cristianos, y que contiene en su seno varios libros: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio. En definitiva en el pasado, tal y como ocurre hoy en día, se trataba de encontrar la verdad para responder a las grandes preguntas de la humanidad. Para ello se recurría, y esto es muy importante, a la fe en la palabra rebelada por Dios a los elegidos y se plasmaba todo ese conocimiento en la Wikipedia de la época, la Biblia.

Esa visión del mundo resultaría ser sorprendentemente estable y duradera en el tiempo. Saciaba la sed de conocimientos de la mayoría y limitaba el número de nuevas preguntas que uno se podía plantear. Aun así, seguían surgiendo cuestiones recurrentes en las mentes de los más curiosos. Tal cosa ocurrió con Tales de Mileto en el 639 a.C. Tales fue el iniciador de la indagación racional del universo, al fundar la escuela jonia de filosofía, se le considera el primer filósofo de la historia. Tuvo como discípulo a Pitágoras que dio un impulso decisivo a las matemáticas, con estudios sobre álgebra lineal y geometría del espacio. A él le siguieron gigantes del pensamiento, que iniciaron ramas completas del conocimiento, como Sócrates, Platón o el gran Aristóteles que fue el fundador de la lógica formal, la economía y la astronomía, asi como el precursor de la anatomía y la biología. La fe en las verdades reveladas iba perdiendo fuelle frente al uso de la lógica y la razón. Ya no era necesaria la acción de Dios para explicar las pequeñas cosas de la vida, por lo que apareció toda una suerte de escuelas del pensamiento para indagar la verdad en política, economía, en sociedad y sobre todo, en la naturaleza. Comenzamos a ver como Dios es desplazado del altar y deja de ser el comodín de la baraja para la explicación de todo. Pero aun entonces seguía siendo indeleble su huella, el propio Tales de Mileto escribía, <<Lo más hermoso es el mundo, porque es obra de Dios>>.

Tras la caída del imperio romano de occidente, Europa perdió contacto con gran parte del conocimiento escrito, las religiones retomaron su preeminencia y se inició la parálisis de conocimientos que hoy llamamos Edad Media (476 – 1492). No fue hasta Nicolás Copérnico (1473-1543) y su experimento mental que se desencadenó la revolución científica del Renacimiento. Copérnico ideó el sistema heliocéntrico, en el que la Tierra, sorpresivamente, dejaba de ser el centro del universo para pasar el testigo al Sol. Con su legendaria obra, la naturaleza comienza a perder su carácter teológico. Junto con la Tierra, el hombre deja de ser el centro del universo, pues Copérnico lo desplaza a una posición móvil y no más relevante que la de cualquier otro planeta. A partir de Copérnico se genera la idea de que el hombre depende ahora de su propia razón, y que esta es la facultad prominente del ser humano, la que hace que tome parte en el ordenamiento del universo. Así el hombre comienza a librarse del yugo de los dioses, y basa su autonomía en su capacidad de raciocinio. La razón humana puede ahora apoderarse de la naturaleza, dominarla y controlarla. Así el hombre deja de ser el centro físico del universo para convertirse en el centro racional del mismo, se siente libre y poderoso. A partir de ahora nos enfrentamos al mundo, no obedeciendo leyes divinas, sino construyendo hipótesis a través de las capacidades del hombre que, contrastadas con la naturaleza, contribuyen al progreso. Esto último fue el paso transcendental que les faltó a los antiguos griegos, pues, el gran problema de la filosofía ha sido siempre el no poder validar el innumerable número de hipótesis que una mente es capaz de generar. Hipótesis a cual más interesante y racional que iban generando una plétora de escuelas de pensamiento. ¿Pero cuáles de ellos eran correctos y cuáles no? Solo mediante la contrastación experimental pueden descartarse aquellas ideas que no se vean reafirmadas por la naturaleza. De este modo la aparición de la ciencia resolvía la gran cuestión que había mantenido a la filosofía sin rumbo durante siglos, ¿cómo puede el hombre continuar disfrutando de los beneficios de la cultura sin que sus venenos lo embrutezcan o lo intoxiquen fatalmente? En palabras de Aldous Huxley (1):

Nadie puede aceptar selectivamente una cultura, y mucho menos modificarla, excepto las personas que la han atravesado con su mirada, que han abierto boquetes en la valla circundante de símbolos verbalizados, y por tanto están en condiciones de contemplar el mundo…con un criterio nuevo y relativamente desprejuiciado.

 Con este nuevo modelo, lento, pero seguro, la ciencia nos ha permitido obtener un cúmulo de conocimientos verdaderos sobre el universo en el que vivimos. La ciencia es la que nos proporciona los conocimientos necesarios para convertirnos en verdaderos perforadores de boquetes de la cultura, transformándonos en seres humanos plus. Ese plus es el que nos concede el conocimiento científico. Hasta tal punto ha llegado el éxito de la ciencia que, en pleno siglo XXI, ha desplazado definitivamente a los dioses, dejándolos literalmente en el paro. ¡Lamentable condición!, ya que pocas son las tareas que les quedan encomendadas. Lamentable, cuando se comprueba que los fenómenos meteorológicos, rayos, truenos, vientos y mareas son debidos a prosaicos efectos climatológicos. Cuando se comprueba que el hombre, ¡e incluso la mujer! que menciona la Biblia, provienen de los monos por simple evolución natural. O que para el origen de la vida, o del mismo universo, no es necesaria su magnánima intervención. Probablemente la última empalizada que salva a las religiones de la derrota final por la ciencia, sea la imposibilidad de ésta última de explicar una de las grandes preguntas del ser humano, quizá una de las más recurrentes y, sin duda, la que más angustia nos produce ¿Existe la vida después de la muerte? O dicho más categóricamente, ¿es eterna nuestra consciencia de ser o se extingue tras la muerte del cuerpo? En definitiva, ¿existe el alma? Y en tal caso, ¿dónde habita?, ¿cuál es su naturaleza? Aquí la ciencia no se ha atrevido hasta el momento a cruzar el Rubicón, por la sencilla razón de que la respuesta, hasta ahora, es una terrorífica negativa. De ahí que, por el innegable miedo a la muerte, la fe religiosa siga en pleno siglo XXI marcando sus pautas, sus leyes, y sus medias verdades, a una inmensa mayoría de la población mundial.

El propósito de las próximas secciones; El origen de la vida, El origen del hombre, La evolución del conocimiento y El origen del universo, es el de explicar los límites del conocimiento científico actual y comprobar cómo desmienten los mitos del pasado. Puede resultar extraño, en un principio, el orden en el que se van a exponer los capítulos; muchos quizás se pregunten, ¿por qué no sigue un orden cronológico, por qué el origen de la vida se expone antes del origen del universo? Sin embargo, cuando lleguen al final de estas secciones, comprobarán que es mucho más lógico seguir un orden natural, basado en la evolución de la consciencia. Veremos cómo el origen y evolución de la consciencia nos conduce inexorablemente a la última sección del libro, esa quinta y última sección, en la que haremos la presentación de una teoría de cosecha propia, la Teoría Matriz de la Percepción, con la que pretendo hacer un intento de cruzar el Rubicón. Un intento de insertar el alma y el más allá en las facultades de ciencias, desbancando definitivamente a la religión del monopolio absoluto de las almas. ¿Será una tarea imposible? Como comenta Richard Dawkins en su libro << El Espejismo de Dios >> (2):

Es parte esencial del proyecto científico admitir la ignorancia, incluso regocijarse en ella como reto para futuras conquistas. Los místicos se regocijan en el misterio y quieren que siga siendo misterioso. Los científicos se regocijan en el misterio por una razón distinta: les da algo que hacer.

Si finalmente logramos dar el gran paso y unificar todos los sistemas, incluso los más insidiosos, en un solo cuerpo de conocimientos, podremos generar una nueva forma de educar a la humanidad. La comunidad de naciones adolece de la falta de un sistema de conocimientos consensuado y auditado por organismos internacionales que generen el equivalente en educación al sistema operativo de los ordenadores. Una base educativa 1.0 que permita, a los jóvenes que la estudien, adquirir una mirada desprejuiciada de la realidad. Una base sin interferencias de creencias religiosas y de toda índole que hace que los hombres se dividan en facciones enfrentadas. Hay que llegar a comprender que el verdadero origen de muchas guerras está en la visión distorsionada de la realidad causada por deficiencias educativas. Todos podemos entender que cuando un padre Afgano lleva a su hijo a una madraza islámica lo hace con la sana intención de proveerle de una educación semejante a la que él tuvo. Pero poco puede él intuir lo equivocado de su elección, o lo deforme de su visión del mundo, si su propia cosmovisión se basa en las creencias infundadas de la religión.

Nos corresponde a todos el señalar la ignorancia como el punto de partida de los males del mundo. No se puede abandonar algo tan crucial como la educación de las nuevas generaciones a los oscuros intereses de los partidos políticos, de las religiones, o de las temibles sectas. Tomemos en serio la educación y devolvámosle el papel crucial que le corresponde. En la era de la globalización, debemos luchar por crear organizaciones internacionales que velen por señalar los contenidos mínimos a impartir, que auditen la calidad con la que se imparten, que impidan activamente la siembra y diseminación de conocimientos demostradamente nocivos. Conocimientos que, actuando a modo de sanguijuelas, crecen en los cerebros menos cultivados y se alimentan de la energía de nuestras vidas. En muchos países de gran bagaje educativo se sabe que no basta con una educación intelectual y humanista, que aunque valiosa, no es suficiente para la creación de mentes libres. Es necesaria una educación fundada básicamente en el conocimiento científico de la naturaleza, en la mentalidad relativamente desprejuiciada de la comunidad científica. Es necesario incentivar el adecuado escepticismo y la curiosidad en los niños, hacerles ver la imperiosa necesidad de demostrar las ideas científicamente. Solo podremos crear Homo sapiens sapiens plus, cuando consigamos ese sistema consensuado de conocimientos que nos permita ser capaces de explicar desde el porqué caen las manzanas de los árboles hasta el quién soy yo. ¡Desde el por qué, hasta el quién!